En un palco oficial del Gran Prix de Mónaco o de Montmeló, un inglés de afectados modales, rebelde, enfundado en cuero cuarteado por el tiempo, toma una taza de té mientras mira pasar los autos a gran velocidad. ¿Que hay en la taza? Lapsang souchong, de primera. En el aire flotan las notas ahumadas y negras de la infusión, el remoto aroma del cuero de su campera vintage, el candoroso efluvio de las goma quemada y la vainilla floral del perfume de una dama contigua. Eso es Bulgari Black.
Desde su frasco -que recuerda a un neumático- propone el viaje olfativo que seguirá a continuación. Como es costumbre de Bulgari, incluye una nota de té de algún tipo. En este caso el Lapsang Souchong que originalmente obtenía su perfil ahumado por ser transportado por caravanas de camellos que hacían altos en el desierto y encendían humeantes fogatas. Esta nota junto a un corazón de cuero y cedro, no hacen más que envolver y disfrazar un perfume algo femenino, típicamente oriental, al estilo Shalimar de Guerlain, con su empolvada vainilla.
¿Es el perfume de un dandy amante de los autos antiguos, sensible y vanidoso, o acaso el perfume de una dama de aventura, que con casco y amianto enfrenta al asfalto y la vida?
En cualquier caso, Bulgari Black, compuesto por el virtuoso Annick Ménardo, es un ensayo sobre la conjunción de lo masculino y lo femenino, sobre la caída de las barreras de género. Es un perfume que no solamente es apetecible o bello; es interesante.